―Buenos días Aladino, no te sorprenda que conozca tu nombre. Vengo
desde muy lejos en busca del hijo de mi hermano que murió hace
algunos años y al verte me he quedado asombrado de tu parecido con
él. ¡Tú eres el hijo de Alí, el sastre! ¿verdad?.
―Si, señor.
―Pues
bien, he viajado hasta aquí únicamente para conoceros a tí y a tu
madre y con la intención de ayudaros en todo lo que esté en mi
mano. Ven, he dejado todas mis cosas en casa de un amigo en las
afueras de la ciudad. Acompáñame y las recogeremos.
Caminaron largo rato hasta llegar a una zona en la que ya no se
veía ninguna casa. Aladino que estaba muy sorprendido por todo lo
que estaba pasando se quedó completamente desconcertado al oír a
aquel hombre decir:
―Ostra cost ausi ros chiar cante niar cuante siar.
De repente con gran estruendo se abrió una gran zanja en la tierra
y el tío de Aladino dijo:
―Tú que eres joven y fuerte hazme un favor baja a esta cueva que
ahí ves, dentro de ella hallarás una vieja lámpara de cobre.
Súbela... ¡ah! y toma, a cambio de este favor que me vas a hacer,
te regalo este anillo.
―Gracias tío, haré como dices.
Bajó Aladino a la cueva, recogió la lámpara y al intentar subir no
halló la salida. Angustiado llamaba:
―¡Tío, por favor, ábreme! ¡Tío, escucha!. Se ha cerrado la
entrada.
Pero el tío de Aladino que era un mago muy malo se había ido y ya
no le oía.
―¿Qué voy a hacer yo ahora? ¿Quién me va a sacar de aquí? ¿Y quién
sería este hombre y por qué me regalaría este anillo? ¿Y ésta
vieja lámpara de quién será? |
Al momento se vio Aladino en su casa con la joyas en un bolsillo y
la lámpara en el otro y en cuanto se tranquilizó le contó a su
madre todo lo sucedido. Ella le aconsejó que no fuera ambicioso y
que no pidiera nada a la lámpara y al anillo si no lo necesitaba
realmente, lo cual le pareció muy bien al muchacho.
Pasó el tiempo, y con motivo de las fiestas reales hubo muchos
desfiles y festejos por las calles de la ciudad. La hija del rey
presidió muchos de ellos y Aladino ,cada vez que la veía, se
enamoraba más profundamente de ella. Un día ...
―¡Madre!, creo que ha llegado el momento de utilizar otra vez la
lámpara maravillosa, estoy enamorado de la princesa y al ser tan
pobre es seguro que el rey no me aceptaría.
Tomó la lámpara y la frotó.
―¿Qué deseas, mi señor?
―Deseo trajes, joyas, carrozas y un hermoso palacio con servidores
y rodeado de jardines, pues deseo casarme con la princesa. Todo
por partida doble, pues deseo lo mismo también para mi madre.
No había acabado Aladino de decir esto, cuando se vio vestido
lujosamente y rodeado de servidores en el interior de un palacio
maravilloso. Los criados prepararon una carroza y muchos presentes
y llevaron a Aladino al palacio Real. El cortejo fue enseguida
recibido por el Rey quien al ver tan rico pretendiente
no dudó en concederle la mano de su hija, la princesa.
Enseguida se casaron y fueron a vivir al palacio de Aladino que
estaba cercano al del rey. Pero un día un sirviente despistado
vendió a un buhonero la maravillosa lámpara de su señor, sin saber
que el buhonero era el mago malo que había encerrado a Aladino en
la cueva.
―¡Ah, ah, ah, ah! Este criado tonto me ha vendido la lámpara y por
medio de ella haré trasladar a la princesa con el palacio y todo
lo que en él hay a un lugar lejano y cuando vuelva Aladino de la
cacería donde ha ido no encontrará nada. ¡Ah, ah, ah, ah! ¡Qué malo
soy! ¡Ah, ah, ah, ah... ahh!
Y frotando la lámpara pidió el mago al genio su deseo. Al regresar
de la cacería, Aladino no encontró a su esposa ni a su palacio
pero sí al rey que estaba tristísimo por la desaparición de su
hija. Pero entonces, en su desesperación, recordó Aladino el anillo
que brillaba en su dedo y frotándolo apareció el genio que en un
segundo obedeció a Aladino quien le mandó que le devolviera a
su mujer, cosa que hizo al instante mientras le decía:
―Querido Aladino, mi buen señor, no sólo te devuelvo a tu mujer y
a tu palacio con todo lo que contiene sino la lámpara que el mago
malo se llevó. Pues no merece tenerla porque no la usa para hacer
cosas buenas, por eso quiero que tú la guardes siempre y que, por
medio de ella y del anillo, practiques siempre el bien.
Aladino no olvidó nunca las palabras del genio quien tan bien se
había portado con él y todavía se le recuerda en su país como el
hombre más generoso y justo que nunca haya vivido allí. |