... Garófalo –un mono pesado como media pirámide de Egipto– se
lanzó de liana en liana, desoyendo los pedidos de sus amigos, que le rogaban
no desplazarse colgado...
Por suerte, la selva tambaleó unos
instantes pero no se derrumbó, porque Garófalo había comprendido que incluso a
él mismo, le convenía caminar prudentemente si quería seguir vivito y moneando
y se desprendió de la cuarta liana justo a tiempo...
Con qué alivio respiraron todos los
demás animales cuando sintieron que la selva volvía a mantenerse en su lugar,
después de tantos temblores de tierra y sacudida de árboles, entonces,
decidieron celebrarlo.
Espiridón –un oso hormiguero– fue
el encargado de organizar la fiesta.
Envió invitaciones hasta a las
hormigas, pues bien sabían que no correrían peligro alguno con ese oso,
alérgico a ellas al punto que se le producía sarpullido de sólo mirarlas...
Las invitaciones decían:
“Te espero el próximo viernes, a la
hora de la siesta, junto a mi madriguera. vamos a repartir las tareas previas
a la realización del acto con motivo de celebrar que aún estamos vivos.
Firmado: Espiridón.”
Y así fue como el viernes, a la
hora de la siesta, casi todos los animales se congregaron en las proximidades
de la madriguera del oso... Faltaron sólo los amargados de siempre... esos que
prefieren reunirse en los velorios y no entienden que estar vivo es un hermoso
motivo para festejar...
Una vez que los
asistentes a su convocatoria se acomodaron alrededor, Espiridón les anunció:
–Amigos, mañana
daremos una gran fiesta. Les comunico que...
Sin esperar a
que el oso concluyera la frase, el sapito González –que era uno de los
animales más sinceramente entusiasmados con el festejo, ya que no es lo mismo
que a uno se le caiga encima un árbol siendo sapo en vez de elefante– exclamó:
–¡FAAANTAAÁSTIIICOOOOOO!
Además de
alérgico a las hormigas, Espiridón lo era también a las pulgas; por eso tenía
pocas, tan pocas pulgas que no soportaba que nadie lo interrumpiera mientras
hablaba. Y menos un animal que tuviese boca amplia, extendida, generosa como
la del sapito.
–¡No tolero a
los bocones! –pensaba–. ¡Aj! Se me estará por producir una nueva alergia.
Para su
fastidio, cuantas veces trataba de reanudar su discurso González lo
interrumpía, sin mala intención... pero lo interrumpía... el sapito lanzaba
sus exclamaciones de boca abierta de par en par... de vocales abiertas también
de par en par:
–¡MAAARAAAVIIILLLOOOOOSOOOOO!
–¡ESPLEEEEÉNDIIIDOOOOO!
–¡MAAAGNIIIIÍFICOOOOOOO!
–¡EEESTOOOOOY
DEEE AAAACUUUUUERDOOOO!
Apenas
pronunció:
–¡EEESTOOOOOY
DEEE AAAACUUUUUERDOOOO! –se arrepintió, porque el oso –al borde de un ataque
de “antiboquismo”– acababa de informar:
–¡NO PODRÁN
CONCURRIR A LA FIESTA LOS ANIMALES DE BOCA GRANDE!
Y era evidente
que lo decía dirigiéndose exclusivamente a él...
Entonces, como
González era sapo, sí, pero no zonzo, saltó junto al oso, fingió gran
preocupación por lo que terminaba de escuchar, enfrentó a Espiridón con
valentía y, frunciendo su boca al máximo, gritó:
–¡PUBRECITO EL
CUCUDRILU!
|