El príncipe recorrió el mundo buscando una pero no lo
consiguió, porque a pesar de que había muchas princesas casaderas, no
halló a ninguna que le pareciera auténtica. Desolado, regresó a su
reino.
Una noche de tormenta el príncipe y su familia oyeron de pronto que
alguien llamaba.
–¡Toc, toc, toc!
Temerosos ante el extraño que podía estar a la intemperie en una noche
de tanta lluvia, abrieron la puerta del castillo. Frente a ellos, vieron
una muchacha muerta de frío y empapada de la cabeza a los pies.
–Soy una princesa – contestó con voz dulce y quejumbrosa. Me he perdido
en la oscuridad y no tengo a donde ir esta noche.
La joven que decía ser princesa fue bien recibida en palacio donde le
proporcionaron ropas secas y una suculenta cena.
Pero la reina no se fiaba de que fuera una auténtica princesa y se dijo:
– Sólo hay una forma de averiguarlo. Colocaré un guisante debajo del
colchón de la cama donde va a dormir esta noche. Si no se da cuenta, es
que no es una sensible y delicada princesa de verdad.
A la mañana siguiente, la familia real preguntó a la joven:
– ¿Qué tal has dormido?
– Pues para serles sincera, he dormido muy mal – contestó – Algo
terriblemente duro y molesto no me dejó dormir y he amanecido con el
cuerpo dolorido.
Alborozada, la reina exclamó:
– ¡Ciertamente, eres una princesa auténtica!… Sólo una princesa de
verdad podría tener la delicadeza suficiente como para sentir un
minúsculo guisante debajo del colchón.
Y así fue cómo el príncipe encontró una maravillosa princesa con la que
casarse y ser feliz. |